Mamá me esperaba como siempre en la estación, en el
mismo banco y con el mismo viejo abrigo. Ya habían pasado ocho meses desde la ultima vez de vernos, y aunque estábamos acostumbradas a la soledad, la soledad de estar
separadas era diferente.
-Hija!!, como estás?, que tal el viaje, mi amor?- me
preguntó, como siempre con la voz rota.
Le conté mas o menos un poco de todo y ella callada me
escuchaba mirándome con los ojazos verdes, secos, pero llenos de admiración.
-Mañana, a las 12h tengo que ir a limpiar una casa, es
en un barrio bonito- Me dijo mientras cenábamos frente a la tele. - Si
quisieras acompañarme podemos ir luego a hacer un picnic a un parque que hay
por la zona- yo resople y ella insistió-solo te quedas una semana y tengo mucho
trabajo. Así que me gustaría que vengas conmigo por favor… la casa es muy
grande.
-Muy grande, que quieres decir?, mamá no me apetece
ponerme a limpiar, yo también estoy cansada. Además no entiendo por que
trabajas tanto si este año te dieron la dichosa pensión de papá.
-ya sabes que la guardo para ti. Después de todo lo que
has aguantado, que haya servido para algo - me respondió con un gesto culpable.
-Que hemos aguantado mamá, LAS DOS!!
La mañana se despertó blanca, caminamos bajo una
arboleda dorada y frondosa, el barrio residencial era perfecto. El pack del
bienestar "Casas, jardines y Audis" se repetía a nuestro paso.
La puerta era roja, la abrimos. La sala, enormemente
injusta, alojaba todo un mobiliario moderno y mínimo. Las paredes estaban
llenas de enormes cuadros coloridos que hacían vibrar a tanta nada. Le
continuaba una cocina abierta a la derecha y un salón comedor a la izquierda elevado
por dos escalones. También a la derecha, había plantada una gran escalera de
metal y tablones de madera cara, que subían en espiral a la segunda planta.
A
los 10 minutos mamá ya había dejado nuestras cosas sobre el taburete aleopardado
de la entrada y estaba con su delantal, sus guantes verde agua y sus herramientas
de limpieza a punto. Por supuesto que yo también me puse a limpiar.
Pequeña y con el gesto encorvado de trabajar, se movía ligera
por el salón, flitaba y pasaba un trapo por todas las superficies, era un gusto
verla. Como a esas personas que te abren el apetito de verlas comer, así era mamá
para todo.
Llevábamos media hora y ya teníamos casi listo el salón
comedor, mamá me dijo que empezara con la cocina y ella iría a hacer las
habitaciones de arriba.
Pero a los cinco minutos bajo blanca y temblando como
una hoja de papel.
-Aquí ha pasado algo muy malo- me miro desencajada-
tenemos que irnos, ahora- ni se saco los guantes y cogió su bolso, la chaqueta
y el cubo con los productos de limpieza que yo estaba por utilizar.
Le pregunté que qué pasaba y no la deje contestar, me
dirigí a la parte de arriba de la casa mientras ella me gritaba no se que, pero yo
quería saber. Y entré a la habitación principal, había cristales en la alfombra, la lámpara de mesa estaba rota y cerca de la puerta del baño había sangre. Y entre al baño y en la bañera había mucha más sangre, oscura y olía a carne podrida.
Salí de la habitación dando arcadas y la puerta dio un
portazo. Me asome por la barandilla de la escalera, un hombre alto y delgado
estaba de pie en el salón.
–Pero que haces aquí??!!- le grito a mi madre.
-Los sábados limpio de 9 a 12 h- respondió mi madre con
la voz echa un nudo.
No se qué le contestó el hombre y se abalanzó sobre
mamá. Pero ella cogió un cenicero de cristal XL de una mesa y le dio un golpe
en la cabeza que resonó como la madera hueca y el hombre se desplomó. Yo cobre
vida y corrí hacia abajo. Mamá soltó el cenicero que seguía intacto pero rojo.
-Ningún hombre me pone la mano encima, eso se acabó!!-
dijo mirándome.
Después, le dio unos toquecitos con el pie para
comprobar que no hubiese peligro. Se acerco a mi despacio, me puso una mano en
el hombro y ya no tuve miedo, y después cogió el teléfono que seguía en la
misma mesa donde ya no estaba el cenicero.
Hablo serena con uno de los oficiales, y después de dos
largas horas de preguntas y detalles nos dejaron ir.
Caminamos hacia la parada de autobuses en silencio.
-Mamá, nos dejamos el material de la limpieza- dije yo.
Ella todavía llevaba los guantes puestos. Y se los quito poco a poco, dedo a dedo.
- Hija, ya está bien de trabajar tanto- Dio un gran
suspiro y subió al autobús.