"Las cosas no son tan comprensibles ni tan formulables como se nos quiere hace creer casi siempre; la mayor parte de los acontecimientos son indecibles, se desarrollan en un ámbito donde nunca ha penetrado ninguna palabra"

Rainer Maria Rilke, "Cartas a un joven poeta".

29 mar 2016

Play life


—¿Y Flora? —preguntó de pronto—. ¿Has visto a Flora?
En aquel mismo instante, el pie, empezó a protestar. Saqué un par de pastillas del bolso.
—Me ha parecido verla al salir— contestó la recepcionista.

Tragué las pastillas, bebí un vaso de agua y me lancé, otra vez,  al sofá.

Sentí unas llaves en la puerta que más bien parecía que se revolvían en mi cabeza.

—Hola cariño, ¡¡qué frío hace!! —me pareció oír la voz de Enric.
—Todavía en el sofá? —insistió la voz, como un lejano pitido que pretendía alejarme de la trama.
—¿Cómo está tu pie? —volvió a probar suerte la voz.

Finalmente, puse pause y contesté un párrafo automático, en modo persiana blindada:

Hola amor. El pie me sigue molestando, pero me acabo de tomar las pastillas, gracias. Hace frío, no me moví de casa en todo el día y ya ves voy por el último capítulo de la sexta temporada, me he visto cuatro temporadas en una tarde, llevo seis horas en el sofá, confesé con una risita tonta.

Enric hizo cara de ufff  y se fue a poner el pijama.

Puse play.

Flora está casi muerta, pero yo ya lo sabía porque sufrió un accidente en la carretera y se la llevaron a un hospital cutre, en el capítulo anterior.

—Fue golpeada en el lado por un camión. Trauma contundente en la cabeza, pecho y abdomen —dicen los paramédicos que conducen la camilla hacia la sala de urgencias—. Hipotensión persistente después de dos litros de solución salina, el pulso es débil, a 130.

Ya estaba llorando otra vez. Flora se moría y el estúpido del médico que no le hacía el TAC, ¿por qué tenía que terminar así? Flora, que era una científica brillante, enamorada de Adam, un vampiro de 200 años, pálido, musculoso y perfecto. Juntos resolvían casos paranormales… Y él no sabía nada del accidente, pero presentía algo porque probó su sangre y…

—Cariño, voy a hacer la cena —dijo Enric con su voz áspera, pero cálida y me miró con sus ojotes verdes, yo al parecer le contesté algo mentalmente que por supuesto aún él no había aprendido a oír y entonces fue más determinante—: ¡te estoy hablando!

—¿Eh? ¡Ah! Lo sé, pero este es el último capítulo y está por terminar, déjame un ratito y después lo apago —supliqué falsamente como una niña pequeña.

Se alejó hacia la cocina y aunque no le hice ni caso, la punta de la culpa como un iceberg se asomaba. Y aunque el capítulo seguía tan o más rocambolesco, ya no podía concentrarme, hacía más de una semana que me había torcido el tobillo y estaba de baja. Lo que al principio fue una putada, se transformó en unas vacaciones en la cueva, como una osa, no hacía más que comer y mirar esa dichosa serie que me tenía atrapada.

—Me voy a la cama —dijo Enric,  después de cenar. Yo recogí rápido la mesa y me apresuré hacia el sofá.

—Termina este capítulo y voy —le mentí: esa noche me miré la temporada siete enterita.

Me desperté resacosa y con los ojos hinchados. Pero mi vicio era tal que no tardé mucho en volver al sofá.

Flora murió, pero gracias a tener la sangre de Adam en su sangre, resucitó como vampira y entonces pudieron hacer el amor sin que él la lastimara y se pegaron un hartón de sexo, que me dejó exhausta de buena mañana. Me tomé una pastilla, la ultima que quedaba, la verdad es que me encontraba mejor y eso me producía unos raros pinchazos en el pecho y esa sensación de no poder llenar los pulmones del todo.

Entre capítulo y capítulo se abría ante mí el recuerdo de mi vida, mi vida real, monótona y sosa, sin pasiones, sin magia, sin espectacularidad.  No quería en absoluto volver a salir a esa calle vacía y gris, a mi trabajo de dependienta, a mi vida insulsa y desabrida. Yo no quería ser yo, de mediana estatura, de peso medio y de media melena. Casi guapa, casi inteligente, casi enamorada. ¡¡Yo quería ser Flora!!, ¡¡yo era Flora!! Con su melena espesa y oscura, sus ojos verdes y brillantes, su cuerpazo de modelo y ahora sus súper poderes de vampiresa. Pero sobre todo por su amor con Adam, el loco amor que sentía el uno por el otro, esas lágrimas derramadas en momentos descabellados, esos besos de lengua profundos y esos empotramientos contra todas las paredes del decorado, eso quería yo:¡¡¡un amor así!!!

Enric y yo nos conocíamos desde hacía más de diez años, nuestra vida era un reloj, un calendario y un catálogo de Ikea.

Me sentía muerta, más muerta que los vampiros con los que soñaba.

Pero volví a poner Play y me dormí con un final inesperado dándome vueltas. Flora y Adam, separados por la vengativa vampiresa que convirtió a Adam, lo sedujo y  lo apartó del amor de Flora.
Pero ella, en el capítulo siguiente, a pesar de haber estado destrozada por la pérdida y el engaño, lo superó y entendió que era para mejor.
En los primeros capítulos de la octava temporada, apareció un hombre lobo y se enamoró de ella, a pesar de la diferencia de especies… Y  después, no sé qué más paso en la serie, porque en mi vida empezaron a pasar cosas que me hicieron levantarme del sofá.

Creo que hicieron dos temporadas más, pero gracias a Dios no las he visto, ni he vuelto a engancharme con ninguna otra vida que no sea la mía.


Mi vida, ya no con Enric, porque este se fue con otra vampiresa —la que era su jefa—,  y deje el pueblo por la ciudad de mis sueños, con un trabajo agitado que me tiene bien despierta y en un rascacielos con vistas  y por supuesto sin más series, y con  mi vida en serio.

25 feb 2016

Micro relato:Tierra familiar, fuego habitual


Ya sabía yo que pasaría esto, repetía mi abuela con los ojos en llamas, corriendo a la cocina a por un vaso con agua.
Mi abuelo tirado en el suelo, con la cara como un puño agarrándose fuerte el brazo izquierdo. Mi tío, llorando al teléfono y pidiendo una ambulancia y explicando lo que yo acababa de presenciar.
Como siempre, tío y abuelo acabaron la comida indigestándonos con la pelea eterna. Pero esa vez, mi abuelo se cogió el pecho con la mano, caminó dos pasos y se deshizo y los tres, miramos al suelo.

Llego la ambulancia y en un microsegundo salieron todos por la puerta: camilleros, camilla con abuelo, abuela y tío. Se cerró la puerta y se hizo el silencio. Allí me quedé, sola, con seis años. Sola por primera vez, con los ojos como platos.

10 feb 2016

Se acabó

Mamá me esperaba como siempre en la estación, en el mismo banco y con el mismo viejo abrigo. Ya habían pasado ocho meses desde la ultima vez de vernos, y aunque estábamos acostumbradas a la soledad, la soledad de estar separadas era diferente.

-Hija!!, como estás?, que tal el viaje, mi amor?- me preguntó, como siempre con la voz rota.

Le conté mas o menos un poco de todo y ella callada me escuchaba mirándome con los ojazos verdes, secos, pero llenos de admiración.

-Mañana, a las 12h tengo que ir a limpiar una casa, es en un barrio bonito- Me dijo mientras cenábamos frente a la tele. - Si quisieras acompañarme podemos ir luego a hacer un picnic a un parque que hay por la zona- yo resople y ella insistió-solo te quedas una semana y tengo mucho trabajo. Así que me gustaría que vengas conmigo por favor… la casa es muy grande.

-Muy grande, que quieres decir?, mamá no me apetece ponerme a limpiar, yo también estoy cansada. Además no entiendo por que trabajas tanto si este año te dieron la dichosa pensión de papá.

-ya sabes que la guardo para ti. Después de todo lo que has aguantado, que haya servido para algo - me respondió con un gesto culpable.

-Que hemos aguantado mamá, LAS DOS!!

La mañana se despertó blanca, caminamos bajo una arboleda dorada y frondosa, el barrio residencial era perfecto. El pack del bienestar "Casas, jardines y Audis" se repetía a nuestro paso.

La puerta era roja, la abrimos. La sala, enormemente injusta, alojaba todo un mobiliario moderno y mínimo. Las paredes estaban llenas de enormes cuadros coloridos que hacían vibrar a tanta nada. Le continuaba una cocina abierta a la derecha y un salón comedor a la izquierda elevado por dos escalones. También a la derecha, había plantada una gran escalera de metal y tablones de madera cara, que subían en espiral a la segunda planta. 

A los 10 minutos mamá ya había dejado nuestras cosas sobre el taburete aleopardado de la entrada y estaba con su delantal, sus guantes verde agua y sus herramientas de limpieza a punto. Por supuesto que yo también me puse a limpiar.

Pequeña y con el gesto encorvado de trabajar, se movía ligera por el salón, flitaba y pasaba un trapo por todas las superficies, era un gusto verla. Como a esas personas que te abren el apetito de verlas comer, así era mamá para todo.

Llevábamos media hora y ya teníamos casi listo el salón comedor, mamá me dijo que empezara con la cocina y ella iría a hacer las habitaciones de  arriba.
Pero a los cinco minutos bajo blanca y temblando como una hoja de papel.

-Aquí ha pasado algo muy malo- me miro desencajada- tenemos que irnos, ahora- ni se saco los guantes y cogió su bolso, la chaqueta y el cubo con los productos de limpieza que yo estaba por utilizar.

Le pregunté que qué pasaba y no la deje contestar, me dirigí a la parte de arriba de la casa mientras ella me gritaba no se que, pero yo quería saber. Y entré a la habitación principal, había cristales en la alfombra, la lámpara de mesa estaba rota y cerca de la puerta del baño había sangre. Y entre al baño y en la bañera había mucha más sangre, oscura y olía a carne podrida.

Salí de la habitación dando arcadas y la puerta dio un portazo. Me asome por la barandilla de la escalera, un hombre alto y delgado estaba de pie en el salón.

–Pero que haces aquí??!!-  le grito a mi madre.

-Los sábados limpio de 9 a 12 h- respondió mi madre con la voz echa un nudo.

No se qué le contestó el hombre y se abalanzó sobre mamá. Pero ella cogió un cenicero de cristal XL de una mesa y le dio un golpe en la cabeza que resonó como la madera hueca y el hombre se desplomó. Yo cobre vida y corrí hacia abajo. Mamá soltó el cenicero que seguía intacto pero rojo.

-Ningún hombre me pone la mano encima, eso se acabó!!- dijo mirándome.

Después, le dio unos toquecitos con el pie para comprobar que no hubiese peligro. Se acerco a mi despacio, me puso una mano en el hombro y ya no tuve miedo, y después cogió el teléfono que seguía en la misma mesa donde ya no estaba el cenicero.

Hablo serena con uno de los oficiales, y después de dos largas horas de preguntas y detalles nos dejaron ir.

Caminamos hacia la parada de autobuses en silencio.

-Mamá, nos dejamos el material de la limpieza- dije yo.

 Ella todavía llevaba los guantes puestos. Y se los quito poco a poco, dedo a dedo.


- Hija, ya está bien de trabajar tanto- Dio un gran suspiro y subió al autobús.

3 feb 2016

Cristales muy sucios

Desayunamos en silencio, nos miramos y me sonríe con timidez, vuelve la mirada a la Tablet, todavía lleva la almohada pegada a la cara y su pelo castaño me enseña un gesto durmiente. Sus ojos marrones y hundidos, a veces son más tristes y suspiran soltando alguna presión. Sabe que la miro y me sonríe con sus labios dibujados.
Hoy le voy a comprar un regalo con la esperanza darle ánimo a esa ánima volátil.

Salgo a la calle, camino rápido, y entro en una tienda buscando un regalo.
La dependienta, morena y menuda, se baja inmediatamente de la escalera enclenque que la sostenía en un posible vértigo mientras limpiaba los malditos cristales. 
Es nerviosa e insegura, guarda rápido  la artillería de limpieza y me sonríe, sin embargo noto que mi presencia la ha interrumpido, cosa que no le hace  ninguna gracia. 
Le explico que busco un regalo y me empieza a martillar mostrándome todo tipo de posibilidades. Me agobia y le respondo de forma distante rozando el maltrato, para que se calle y me deje pasear tranquila por la tienda.
Después de un rato, al parecer eterno en la cara pálida y ojerosa de la chica,  me decido por algo medianamente correcto.
Ella con torpeza, respira profundo para calmar la angustia por tener que envolverlo. Parsimoniosa y extremadamente perfeccionista se boicotea una y otra vez en el intento de hacer un paquete decente, lo desarma y lo arma con papel de seda rosa. Pero sus dedos demasiado grandes para la delicada labor tiemblan, y me conducen a la exasperación. 

Finalmente lo consigue, le pago y me despido, ella me devuelve una sonrisa aliviada por mi futura partida, al salir, ya está con la escalera otra vez haciendo malabares.

La mañana esta fría, de camino pienso en el regalo, no sé si le gustará, es tan difícil hacerla feliz, nunca se sabe a dónde me conducirá su genio volátil, explotará en una risa, se emocionará lacrimógenamente, o tal vez me lo tire por la cabeza con desprecio y mal humor.

Por fin llego, y allí está, mirándome. Abro el paquete y me pongo el vestido. Evidentemente me he equivocado y perdido el tiempo otra vez. No me gusta, mi enfado crece, me lo quito y me visto rápido antes de que entre alguna prepotente clienta. Cojo la escalera y sigo limpiando los malditos cristales.





26 ene 2016

El niño que quería ser pintor

Hacía años que no pisaba esa ciudad y a pesar de un penoso y vomitivo viaje en barco, me encontraba ligeramente alegre.

Me recibió un día brillante, frío y limpio. Mis pasos ligeros separaron la manifestación de repugnantes palomas que atestaban la plaza Cataluña.

Barcelona siempre me produjo sentimientos encontrados, la aprecio porque es el escenario de mi juventud. Pero también la detesto, porque me resulta una ciudad llena de pretensiones.

El día prometía, me dirigí a las oficinas donde me encontraría con un cliente, un banquero rechoncho embutido en un traje gris oscuro. Me impresionaba ver como su propio cuello desbordaba al de su camisa. Puntualidad, cordialidad, todo se deslizo en un aceitoso tobogán de éxito. El trato se había cerrado, lo que me suponía un crecimiento de mis también rechonchas ganancias.

En realidad mi trabajo me desagradaba bastante, pero me encantaba el dinero y con mi trabajo ganaba fortunas anuales que me permitían soñar con el día en que lo pudiese gastar. O eso creía yo.

Yo, que era un hombre que había conseguido cumplir con todas las promesas filiales, educado en las mejores escuelas, recto, correcto y erecto, me deslizaba, rodaba y volaba rápido por los días, acertando en todas las dianas. Tenía treinta años y abundante cabello castaño, que mantenía a raya cada dos semanas en la peluquería. Detallista, maniático y arrogante controlador.

¿Pero cómo podía yo sostener todo aquello?, cuando en mi naturaleza existía el anhelo de un niño alegre que quería ser pintor. ¿Cómo podía yo, soportar la terrible presión de una familia conservadora, que seguía al pie de la letra todos los tópicos católicos, apostólicos y romanos? ¿Cómo podía con la enorme carga de heredar la empresa que el padre de mi padre había forjado?

Eran las oscuras seis de un invierno cálido y raro. Entré al puticlub habitual y me pedí un gintónic. Me senté en una butaca aterciopelada de un color bastante vaginal. Las paredes y el suelo  también estaban cubiertas de color carne de dudosa moqueta. Varias estatuas de yeso, de ingenua intención clásica decoraban la sala junto con una o dos plantas (que supuse artificiales), la barra, a mi derecha, sostenía a una docena de prostitutas que esperaban, provocaban o directamente hacían felaciones a sus ganados clientes.

El olor a tabaco viejo impregnado en todo el mobiliario me reconfortaba inexplicablemente. Recordé a mi padre en la habitación oscura que era su despacho. En su butaca marrón de piel. Sus manos grandes y borrosas, que a veces me tocaban, me mostraban lo que tenía que hacer y me indicaban donde sentarme.

-Me puedo sentar? Me despertó una puta mientras ponía su culo en el apoyabrazos de mi butaca. Su olor a sudor tapado con colonia me dio literalmente nauseas, me levanté de un salto y aterricé en la barra. Tenía la mano dormida de sostener mi copa y los cubitos se derretían con mis intenciones.

Decidí irme, pero mi cerebro reptiliano hizo una última llamada y allí estaba Paula. Entonces no sabía que ese era su nombre y que ese no era su nombre. Me acerqué y la invité a beber conmigo. Hablamos un poco, pero sobre todo hacíamos silencios larguísimos. Donde yo la miraba con curiosidad, primero su ropa: llevaba un vestido bastante largo para su profesión, unas botas y un abrigo excesivo para la temperatura del local,  toda ella no encajaba en ese horripilante lugar.

Era menuda y frágil, su piel muy blanca y brillante no despertaba la acritud que solían provocarme las putas. Normalmente las odiaba, odiaba esos lugares, pero también los adoraba. Repulsión, atracción y pulsión, eran mis síntomas ante casi todas las cosas que me hacían sentir vivo. Por eso las llevaba a un hotel y luego de follarlas, pegarles y torturarlas las estrangulaba poco a poco mirando como sus ojos se opacaban y se convertían en ojos de pescado. Ya lo había hecho antes, una veintena de veces y no quería, no quería hacer lo mismo con Paula… Ella me gustaba, fue bonito, estuvimos codo a codo en la barra durante más de una hora. En mi vida no había lugar para momentos tan humanos. Hasta que me dijo de ir a un hotel. Me asuste y me enfadé. Pensé que ella era distinta, todo suponía que era diferente, pero sólo al principio no lo fue. Porque cuando la estaba estrangulando, cuando tenía su frágil cuello entre mis manos y veía como se azulaba su suave cara, me vi, me vi en sus ojos aterrados. Y la solté. Cuando se recompuso salió pitando y yo me quedé allí atónito, todavía con esos ojos, que me recordaron a los de mi madre.

Llegó la policía y me dejé llevar, por la comisaría, por los juzgados y por todos estos años encerrado. Ahora tengo cincuenta años,  ya no tengo tanto pelo, y el poco que me queda me lo ato en una coleta. Ahora ya no sueño con una jubilación anticipada, ni con el éxito, ni siquiera con transgredir la moralidad asesinando a putas.

Ahora hago lo que siempre y verdaderamente quise hacer: Pintar. Y empapelo mi celda con mis dibujos, bocetos y pinturas y no me importa nada más que el presente. 

2016

Amigui lectir*,

Ya hace cinco años que cree este blog y desde entonces pasaron muchas cosas como en casi todas las vidas...

Me gustaría comenzar este nuevo año con una nueva tesitura, además de   jocosos pensamientos u indignaciones varias. 


Este año comenzaré a publicar mis relatos, la mayoría autobiográficos, muchos cocinados en un taller literario y otros en la clandestinidad de mi casa. 

Y quiero compartirlos con quien quiera leerlos...

PD: En este blog encontraréis también algunas entradas antiguas que guardan escritos, reflexiones y poemas, que no eliminé porque les tengo cariño.


Nota*: Cansada de verme obligada, por mis principios, a nombrar a los dos géneros o/a, os/as, res/ras, etc. Y reticente de utilizar @s para hacer un dos en uno, he decidido utilizar las terminaciones en "i" para referirme a los dos géneros. 

21 may 2014

Escritura automática

1


La casa del árbol llora lejos, y la alfombra aturde un poco, el vecino de enfrente saluda mucho, pero mi corazón no está. Ahora saludo, pero no me ven.

Ayer salía el sol cuando dormías.
Las arenas están secas y hay algas en la casa. Llovió toda la noche y la luna me habló: ¡Hola!, suspira y suspira, la luna te ama y te cuida.
Ayer también salió una flor y no se que pasó, porque el gato negro de ojos llanos me dijo: ayer, ayer, ayer. ¡No!, tal vez era hoy, era ¡hoy y ahora!
Me dijo que me ama, pero la masa rompe el amor, la masa saca de quicio a la nena que juega en el patio.
Flores y caracoles dicen cosas y las baldosas rojas de la abuela se mojan con gotas que duelen, la abuela esta muerta, se murió. Y mi gato me saluda.


2

Saliva encima del suelo negro que quema un rato.

Voy a morir para darte y agradecerte mi pasión, mi vida, mi aturdimiento.

Estoy sola en el mar, en la fábrica, en el sótano y no puedo surgir, así no. Veo estrellas, muchas, veo azul y negro.
Salgo a caminar el aire. Respiro asustada, mi casa está en llamas.
Ahora sueño con otras cosas, mis manos saludan a quien mire, pero sino miran saludan igual.

3

Alma reciente te veo llorar, te veo reír. Ahora entiendo, miro los árboles, ¿donde están?

Espacios cerrados, cabezas plateadas, amor, amor, amor.
Un binocular rosa en mi mesa de noche, quiere decir algo, ¿no?

Sardinas con flores, flores con flores. Saturno está cerca y me toca, me roza la mano, el dedo meñique.

Auxilio! ahora no estoy, me perdí en el bosque nocturno.