"Las cosas no son tan comprensibles ni tan formulables como se nos quiere hace creer casi siempre; la mayor parte de los acontecimientos son indecibles, se desarrollan en un ámbito donde nunca ha penetrado ninguna palabra"

Rainer Maria Rilke, "Cartas a un joven poeta".

10 feb 2016

Se acabó

Mamá me esperaba como siempre en la estación, en el mismo banco y con el mismo viejo abrigo. Ya habían pasado ocho meses desde la ultima vez de vernos, y aunque estábamos acostumbradas a la soledad, la soledad de estar separadas era diferente.

-Hija!!, como estás?, que tal el viaje, mi amor?- me preguntó, como siempre con la voz rota.

Le conté mas o menos un poco de todo y ella callada me escuchaba mirándome con los ojazos verdes, secos, pero llenos de admiración.

-Mañana, a las 12h tengo que ir a limpiar una casa, es en un barrio bonito- Me dijo mientras cenábamos frente a la tele. - Si quisieras acompañarme podemos ir luego a hacer un picnic a un parque que hay por la zona- yo resople y ella insistió-solo te quedas una semana y tengo mucho trabajo. Así que me gustaría que vengas conmigo por favor… la casa es muy grande.

-Muy grande, que quieres decir?, mamá no me apetece ponerme a limpiar, yo también estoy cansada. Además no entiendo por que trabajas tanto si este año te dieron la dichosa pensión de papá.

-ya sabes que la guardo para ti. Después de todo lo que has aguantado, que haya servido para algo - me respondió con un gesto culpable.

-Que hemos aguantado mamá, LAS DOS!!

La mañana se despertó blanca, caminamos bajo una arboleda dorada y frondosa, el barrio residencial era perfecto. El pack del bienestar "Casas, jardines y Audis" se repetía a nuestro paso.

La puerta era roja, la abrimos. La sala, enormemente injusta, alojaba todo un mobiliario moderno y mínimo. Las paredes estaban llenas de enormes cuadros coloridos que hacían vibrar a tanta nada. Le continuaba una cocina abierta a la derecha y un salón comedor a la izquierda elevado por dos escalones. También a la derecha, había plantada una gran escalera de metal y tablones de madera cara, que subían en espiral a la segunda planta. 

A los 10 minutos mamá ya había dejado nuestras cosas sobre el taburete aleopardado de la entrada y estaba con su delantal, sus guantes verde agua y sus herramientas de limpieza a punto. Por supuesto que yo también me puse a limpiar.

Pequeña y con el gesto encorvado de trabajar, se movía ligera por el salón, flitaba y pasaba un trapo por todas las superficies, era un gusto verla. Como a esas personas que te abren el apetito de verlas comer, así era mamá para todo.

Llevábamos media hora y ya teníamos casi listo el salón comedor, mamá me dijo que empezara con la cocina y ella iría a hacer las habitaciones de  arriba.
Pero a los cinco minutos bajo blanca y temblando como una hoja de papel.

-Aquí ha pasado algo muy malo- me miro desencajada- tenemos que irnos, ahora- ni se saco los guantes y cogió su bolso, la chaqueta y el cubo con los productos de limpieza que yo estaba por utilizar.

Le pregunté que qué pasaba y no la deje contestar, me dirigí a la parte de arriba de la casa mientras ella me gritaba no se que, pero yo quería saber. Y entré a la habitación principal, había cristales en la alfombra, la lámpara de mesa estaba rota y cerca de la puerta del baño había sangre. Y entre al baño y en la bañera había mucha más sangre, oscura y olía a carne podrida.

Salí de la habitación dando arcadas y la puerta dio un portazo. Me asome por la barandilla de la escalera, un hombre alto y delgado estaba de pie en el salón.

–Pero que haces aquí??!!-  le grito a mi madre.

-Los sábados limpio de 9 a 12 h- respondió mi madre con la voz echa un nudo.

No se qué le contestó el hombre y se abalanzó sobre mamá. Pero ella cogió un cenicero de cristal XL de una mesa y le dio un golpe en la cabeza que resonó como la madera hueca y el hombre se desplomó. Yo cobre vida y corrí hacia abajo. Mamá soltó el cenicero que seguía intacto pero rojo.

-Ningún hombre me pone la mano encima, eso se acabó!!- dijo mirándome.

Después, le dio unos toquecitos con el pie para comprobar que no hubiese peligro. Se acerco a mi despacio, me puso una mano en el hombro y ya no tuve miedo, y después cogió el teléfono que seguía en la misma mesa donde ya no estaba el cenicero.

Hablo serena con uno de los oficiales, y después de dos largas horas de preguntas y detalles nos dejaron ir.

Caminamos hacia la parada de autobuses en silencio.

-Mamá, nos dejamos el material de la limpieza- dije yo.

 Ella todavía llevaba los guantes puestos. Y se los quito poco a poco, dedo a dedo.


- Hija, ya está bien de trabajar tanto- Dio un gran suspiro y subió al autobús.

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